Don Pablo Novak es el único habitante que quedó en Villa Epecuén, Bs As, luego de la gran inundación que dejó al pueblo bajo aguas que en su punto máximo llego a cubrirla, cual una Atlantis pampeana, con diez metros de agua. Pero esta no es agua común, es agua salada, por lo que agua y sal hicieron de los suyo durante veinte años hasta que descendió.
Fue el único que quiso quedarse cuando todos dejaron el lugar... se quedó con un puñado de animales y a otros destinos fueron su esposa y sus diez hijos... sus hermanos. Cuando le pregunté por su esposa, me respondió muy serio, "ella no es loca", dándome el pie para que comprendiera que él sabia que era una locura su decisión de quedarse, "pero acá está mi vida" dijo, mientras con el bastón marcaba la tierra, llena de cristales de sal.
En la larga charla que tuvimos, con su palabra y sus manos, pude ver enfrente mio un pasado de gloria, de cómo la Villa fue creciendo gracias al turismo, de cómo llegaron los primeros habitantes y empezaron a forjar un sueño de prosperidad que se logró hasta 1985, donde las aguas, la impericia humana y la Naturaleza hicieron lo suyo.
Pablo Novak me hizo un relato temporal a su edad y los grandes sucesos de su vida. Con ochenta y ocho años vio pasar toda su vida a través de la mirada en Epecuen. Testigo de lujo de la construcción del Matadero Municipal, del célebre ingeniero Francisco Salamone, a quien conoció cuando tenia ocho o nueve años, no recuerda. Su maestra llevó sólo a los varones a visitar la edificación en proceso y aún lo recuerda, según sus palabras, mas como un mayordomo de campo que como un ingeniero, porque acostumbraba a vestir de campo.
En su niñez, azorado, pudo ver como un vecino, el de la Sarucha, trajo una heladera a querosen sin explicarse como diablos de una llama se hacían los cubitos. De cuando el mismo dueño de la casa, un día bajó un flamante Ford A del tren para andarlo en el pueblo y llegarse hasta Carhué.
De como una vez, bajó del tren un hombre que traía con él un sulky y un caballo. Se instaló bajo unas chapas, ahí mismo enfrente de donde estamos y empezó a construir un hotel que ocupó una manzana entera, con doscientas habitaciones.
El trabajo sobraba en Epecuen. Un mundo nuevo estaba naciendo para llegar a tener cinco mil plazas para los turistas. Familias enteras se ocupaban de una u otra actividad hotelera.
De cuando no llegaban mas que personas mayores para aliviar su salud en las aguas saladas hasta que se hizo el Balneario, y empezó a acercarse la juventud. Se escuchaba música de todas partes, un acordeón, guitarras, improvisando orquestas.
Hasta que llego el día que el agua lo cubrió todo... quince días antes les avisaron que se venia y la gente, como pudo, gracias al tren pudo empezar a llevarse sus cosas. Que llevas y que dejas?
Cuantos sueños y proyectos naufragando como el pueblo mismo...
Hoy su vida transcurre en la Villa, recorriéndola con su oxidada bicicleta, acompañado de sus perros. No vive en ella, sino muy cerquita de allí, con sus animales. Sin luz... "para que la voy a necesitar?", de manera austera y sin grandes pretensiones. La llegada del visitante es para él la invitación a la charla y ahí llegue para escucharlo, al fin, después de tanto tiempo de haberlo soñado.
Un día el agua lo cubrió todo y la gente se fue...
Un día, Pablo Novak decidió que ese era, nada mas ni nada menos, que SU lugar en el mundo.
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